Reyes Magos 2006
Ésta es una de esas historias que sólo se pueden contar cuando ya han pasado unos años. En cuanto empecéis a leer el relato entenderéis el porqué.
Transcurrían los primeros días del mes de enero del año 2006. En La Vila, como cada año, venían los Reyes Magos por esas fechas. Nada de particular … de no ser porque Inés y Julia, seis añitos cada una, me han repetido muchas veces que me parecía sospechosamente al rey Baltasar. Les he insistido en la pura verdad de este asunto. El rey Baltasar es un buen amigo que, venido de tierras de África, se hospedó en mi casa. Lo que ocurre es que, al ser el mejor amigo que tiene por estas tierras, me imita en todos los gestos. Incluso creo que, inconscientemente, ha cogido mi mismo acento al hablar.
He pensado tanto en este asunto que he llegado a inventarme una historia, en la que me imagino haber sido el rey Baltasar. Para que nadie se la crea, y como respeto a la magia de los verdaderos Reyes Magos, en lugar de Melchor, Gaspar y Baltasar, les vamos a llamar Juan, Rubén y Pedro. Así hubiera sido si los Reyes Magos no existieran.
Encuentro
Día 5 de enero de 2006, 13:45 horas. Con el coche cargado de caramelos y peluches estoy llegando a El Llar, donde debía estar a las 13:30 horas. Después de acomodar la mercancía y aparcar el coche en un vado oficial (ese día se relajaría la vigilancia del aparcamiento, me dijeron), me dirijo al patio de entrada de El Llar, donde me espera Marcos, Juan y Rubén, ya con la mayoría de sus séquitos.
Antes de que pudiera quitarme la sed, siquiera con un vaso de agua, tenemos que sentarnos a comer. Nos espera un día muy agitado. Hay que medir bien los tiempos.
La comida, regular, pero se hace casi prescindible con la grata compañía que tengo. Reyes y séquitos charlamos relajadamente, recordamos anécdotas y especulamos con ilusión acerca de la larga tarde que nos espera.
Recién comido, me apremian para el maquillaje. Ya se sabe que lo de Baltasar lleva más trabajo. Mari Carmen, paciente y encantadora, va rematando la faena durante largo rato. Mientras tanto, bromas, charlas, preguntas intrascendentes y ni un espejo donde ir percibiendo la evolución con mis propios ojos. Una vez puedo ver el resultado, pienso que no sé que hubiera hecho de haber podido ir viendo el proceso. Para ayudar a sobreponerme, ya he ingerido el correspondiente refrigerio.
Lo que ya se afronta con otro ánimo, obligadamente, es ver el mismo trabajo en las personas de Juan y Rubén. Además, con ellos es más fácil. Por algo son reyes blancos. Ahora entiendo por qué no hicieron el más mínimo intento por ser el Rey Baltasar. A estas alturas, ya tengo una idea clara: o disfruto del momento, o me empezaré a sentir como un bicho raro.
Hospital Comarcal
Bien embadurnados y enfundados con unos trajes deslumbrantes, nos embarcamos en el taxi de Paco rumbo al Hospital Comarcal, donde nos espera una bonita misión. Hemos de visitar a los niños enfermos para aliviar en lo posible su sufrimiento. Yo llevo mi pequeña cámara de fotos, bien disimulada, por si puedo captar algún bonito instante.
Los profesionales del Hospital de La Marina Baixa nos esperan a la entrada. Cuesta acostumbrarse a que te mire toda la gente, máxime cuando siempre intentas pasar desapercibido, pero es que ¡somos un espectáculo!
Ponemos todos los regalos en un carro como los que usan los auxiliares para llevar el material médico, y nos dirigimos a la planta de pediatría. La situación es embarazosa. Las simpáticas auxiliares nos conducen por las distintas habitaciones mientras nos cuentan alguna peculiaridad que nos ayuda a estar más sensibles y acertados: “Éste ha ingresado hoy y está un poco asustadillo”; “Éste está muy grave. Es un caso extremo”. Nosotros entramos en cada habitáculo, donde hay uno o dos niños y hacemos todo lo posible por que nos acepten y por alegrarles un instante.
Que un niño te devuelva una sonrisa es la mayor satisfacción. Si ese niño estaba llorando desconsoladamente, la satisfacción es indescriptible. El momento más triste fue ver y no poder alegrar a un niño aislado. Lo observé un momento y tuve que salir pitando. ¡Qué narices! Estoy seguro de que ya estará haciendo enfadar a sus padres.
Las personas se adaptan de manera increíble a los avatares de la vida. Situaciones que se nos antojan insoportables para nosotros, las afrontamos estoicamente cuando llega el momento. Cuando un niño está enfermo, las personas de su alrededor se adaptan para buscar su felicidad. No hay otra manera de explicar el enorme agradecimiento que nos mostraron padres y acompañantes. Personas sensibles o rudas, difíciles de carácter o prolijos en empatía,… Da igual, todos teníamos los ojos sospechosamente brillantes y una sonrisa de las que no se pueden disimular ni intentándolo con todas las fuerzas.
La cabalgata
Sin casi darnos cuenta, ya es la hora de embarcar en la carroza. La emoción hace que te sientas totalmente desinhibido.
Debe ser curioso ver la carroza desde fuera. Está totalmente abarrotada de regalos. Me acompañan mis dos hijas, que se han volcado en organizarlo todo, y que además han convencido a las chicas del equipo de fútbol femenino para que nos acompañen. Las mujeres hacen muchas cosas mejor que nosotros, tengo un séquito insuperable.
La euforia nos hace repartir rápidamente casi toda la mercancía. Buscamos algún regalo para lanzar pero ya no encontramos nada. Todo pasa rápido. Es bonito.
Les Talaies
Día 6 de enero, 9:30 horas. A mi hija le ha tocado. Con una especie de rotulador de cera negro (aunque no del todo, según la maquilladora), está embadurnándome la cara para cumplir con este segundo día de obligaciones. Queda bastante bien. A las 10 horas han de venir a recogerme. Pasados unos minutos se presenta en mi casa Jeroni. Me embarco en la furgoneta de Les Talaies. Nos acompaña el conductor y Pedro ‘Llusia’, que nos deleita con su gentil compañía desde primera hora, haciéndonos más llevadero si cabe nuestro peregrinaje matinal. Pasamos a por el Rey Rubén, no sin sumirnos en ciertas disquisiciones: ¿Estará listo? Su madre me dijo que ella se encargaría de que así fuera, dijo Jeroni. Estaba listo. Cruzado el puente, recogemos a Almudena, jefa de prensa del Ayuntamiento, que también nos ofrece su grata compañía. Finalmente recogemos al Rey Juan, al que acompañan dos de sus más fieles pajes.
Los comentarios de la comitiva hacia el centro Talaies son distendidos, abundando en los detalles del día anterior, y en el resacón que nos acompaña. Pronto cogemos ritmo.
Lo del centro Parra Conca, Talaies comúnmente, estaba advertido. Son unos besucones. Algunos, atrevidos. ‘Me ha entrado un no sé qué’, nos confesaba luego Juan.
La calidad de vida de estas personas es consecuencia del trabajo impagable de las personas que velan por su bienestar. El pueblo de La Vila siempre ha estado a la altura en estos menesteres, a veces puede parecer que en demasía.
Hospital Asilo
Once horas. Llegamos al Hospital Asilo. Bajamos de la furgoneta y, ya cansados, los saludos de algunos niños desde los balcones nos devuelven rápidamente a nuestro papel y nos recargan de ilusión. Con ella a cuestas, y haciendo conjeturas sobre cómo será nuestra recepción y qué recepción podemos esperar en personas que están más acabando que empezando, entramos por la puerta principal. La recepción por parte de las Hermanas es fenomenal. Pasillo a la izquierda y, segunda puerta a la derecha. Un gran salón, abarrotado de ancianos impedidos, se me viene encima.
Me cuesta sonreír, pero mantengo los labios curvados con todas mis fuerzas. Les voy mirando a la cara uno a uno. Apenas responden los más mayores, su cara refleja la falta de tiempo futuro.
Me acerco a lo que debe ser un matrimonio. No debo estar muy gracioso, pero me miran con compasión y ganas de indagar. ¿Quién será éste? Se están preguntando. Detrás de mí, la jefa de prensa del Ayuntamiento les saluda. La mujer, casi impedida, saca fuerzas y exclama: ¡Qué guapa eres! Almu corresponde con una sonrisa y un cumplido que no alcanzo a recordar. Pienso “esto está bien”.
I tu de qui eres? Yo soy … Le explico conforme puedo algo de mis abuelos. Creo que no me ha entendido.
Tenemos que entregar unos obsequios. Para los hombres, una caja un poco más grande, de unos veinticinco centímetros cuadrados. Para las mujeres, más pequeña. Son pañuelos. Empiezo por una de las largas filas. Unos recogen el regalo y me lo agradecen. Otros, simplemente, no contestan. De ellos, algunos ni te miran. Llego a Pepe, que está impedido en una silla de ruedas. Tiene aspecto de hombre inteligente. No hace ningún gesto para coger mi regalo. Le miro. Trato de adivinar si no puede cogerlo o no quiere hacerlo. Después de unos segundos, consigo ponérselo en una de sus manos, con la que puede débilmente presionar el regalo para sostenerlo. Una mujer de al lado exclama ‘Ahora’. Sigo teniendo mis dudas: todavía no sé si no quería o no podía.
Me explica Pedro: ahora somos noventa y ocho. Las dos últimas semanas murieron dos. Claro que aquí no hay tantos. Los que quedan en sus habitaciones son los que están peor.
Salimos a la calle y desde un balcón unos niños nos devuelven la alegría de nuestro oficio. La vida se abre camino con toda su brutalidad.
Fin
Gracias a todos, a Marcos, a mis colegas Juan y Rubén, y a mis pajes (futbolistas del equipo femenino), por estas maravillosas horas. Y al resto de actores, público incluido.
Conforme está el mundo, cualquier día habrá que pagar para ser Rey Mago.
La Vila, mediados de enero del año 2006
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